Artículo de Jennifer Anspach, acompañante internacional de Derechos Humanos de Peace Watch Switzerland (PWS) en Honduras.
Tegucigalpa, Honduras
El tiempo pasa volando y ya voy por la mitad de mis seis meses de voluntariado. Durante estos tres primeros meses, he podido familiarizarme con el trabajo de observación internacional y de acompañamiento físico. Fue principalmente en Zacate Grande, en el sur del país, y a través de varios acompañamientos a la organización Asociación por el Desarrollo de la Península de Zacate Grande (ADEPZA) que descubrí la lucha hondureña y sus desafíos.
La Península de Zacate Grande cuenta con 12 comunidades, la mayoría de las cuales tiene acceso directo al mar. Estos accesos y la capacidad de la zona para albergar camaroneras la convierten en una zona codiciada. Por este motivo, varias familias poderosas han reclamado -a menudo de forma ilegal- la propiedad de grandes parcelas de tierra en las diferentes comunidades, privatizando algunas playas. La Red de Abogadas Defensoras de Derechos Humanos Honduras (RADDH), que acompaña a ADEPZA en sus procesos judiciales, intenta actualmente reconstruir la historia de estos títulos de propiedad y evaluar su legalidad.
Durante mi primera visita a Zacate Grande, fui a la comunidad de La Flor, donde uno de los defensores de la zona -entonces miembro de la junta directiva de ADEPZA- nos recibió en su casa. Sentado en una hamaca, nos explicó la lucha de su comunidad. Habló de la tierra en la que vive su familia desde hace generaciones, de sus ancestros que estaban allí mucho antes de la llegada de los terratenientes, y mucho antes de que les llamaran, a ellos, “usurpadores”. Luego salimos a descubrir las playas de la comunidad acompañados por Beatriz (nombre cambiado), una mujer involucrada en la red de mujeres de Zacate Grande. Bajamos por un pequeño sendero empinado, pasamos por encima de unas rocas y nos sentamos a contemplar las islas del golfo de Fonseca y El Salvador, que se distinguen a lo lejos. Este lugar es tranquilizador, entiendo por qué los habitantes de La Flor aman venir aquí a compartir momentos con amigos, familiares o incluso solos para encontrar un poco de paz.
Beatriz nos contó que creció en una familia de pescadores y que, desde muy pequeña, ella también aprendió a pescar. Aquí, en Zacate Grande, gran parte de la población vive de la pesca. La relación entre los pescadores y el mar es casi simbiótica. Beatriz, por ejemplo, entiende cada cambio de humor del mar, conoce sus mareas, sabe cuándo hay que salir a pescar y cuándo es mejor dejar el barco en el puerto porque el mar no te va a dar nada. Esta simbiosis con la naturaleza me impresiona. Yo, que amo tanto el mar, me doy cuenta de que nunca sería capaz de entenderlo como ellos. De niña, crecí en Suiza y mi relación con el mar consistía en una semana de vacaciones familiares en el norte de Italia cada dos años. Las sombrillas bien alineadas, las playas abarrotadas y el agua un poco sucia. Luego, descubrí las vacaciones con amigos, la búsqueda de calas desiertas, aguas turquesas e incluso el fondo marino gracias al buceo. A pesar de eso, el mar siempre seguirá siendo para mí un amigo lejano, que habla su propio idioma. Aquí el mar no es sólo un lugar de recreo, aquí el mar alimenta a las familias, es la cuna de todo.
El 14 de abril, ADEPZA celebró 23 años de lucha por la defensa de la tierra y del territorio. Cuando todo empezó, algunos de los miembros de la junta actual apenas habían nacido. Pienso que para ellos -incluso más que para los mayores- esta lucha es su vida. A menudo me pregunto qué habría hecho yo si hubiera crecido aquí. ¿Me habría involucrado? ¿Cuánto habría durado en esta lucha? ¿Habría tenido suficiente paciencia, voluntad, fe? Soy consciente de mis privilegios y también de que nunca podré comprender realmente la lucha de las defensoras y de los defensores de Zacate Grande. Su lucha no es la mía y no quiero intentar hacerla mía. Sólo estoy aquí para acompañarles.
Sin embargo, para entender mejor a las personas a las que acompaño, quiero intentar trasladar parte de su lucha a mi propio contexto. Crecí en un piso donde pasé los primeros 24 años de mi vida con mis padres y uno de mis hermanos. Este piso, en el que aún vive mi madre, nunca fue nuestro pero siempre me sentí como en casa. La riqueza de este edificio para mí es la proximidad del bosque que lo bordea y del parque “Les Evaux”, que está a sólo unos minutos a pie. Entonces me pregunto: ¿Cómo habría reaccionado si estos bosques, donde solía acompañar a mi madre y a sus amigas a hacer deporte, hubieran sido arrasados? ¿Y si hubieran querido privatizar “Les Evaux”, el parque donde hacía barbacoas familiares, aperitivos con amigos, cumpleaños y que sigue siendo mi lugar favorito para salir a correr y aclarar mi mente? ¿Y si alguien contaminara el Rhône, mi río favorito, y me impidiera bañarme en él? Y, por último, ¿qué pasaría si alguien me quitara “mi” lago Lemán y el agua que nos regala? Nunca sería tan arrogante como para decir que yo también habría tenido la fuerza de levantarme y convertirme en una defensora, pero cuando pienso en esto, siento un poco de la injusticia que sienten aquellos a quienes acompaño. Comprendo la importancia y, más aún, la necesidad de su lucha. No se trata “sólo” de tierra, se trata de vidas, de recuerdos, de infancias. Luchan para preservar la memoria de sus ancestros y para proteger el futuro de las próximas generaciones, y a menudo, luchan para sobrevivir.
A través de estas reflexiones, quiero agradecer a todas las personas de Zacate Grande que han hecho de mí una persona privilegiada al compartir conmigo parte de su lucha.
Leyenda foto: Playa del Mudo, La Flor, Península de Zacate Grande. Fuente: PWS