Por: Pedro Antonio Acosta Martinez, acompañante nacional de Derechos Humanos de Peace Watch Switzerland (PWS) en Honduras.
Tegucigalpa, Honduras
Las caravanas migratorias son un fenómeno relativamente reciente en Honduras. Constituyen una forma de movilidad o tránsito migratorio en la que conjuntos amplios de migrantes, cada uno de ellos con sus propios objetivos, se reúnen para marchar juntos hacia Norteamérica, ya sea México, EEUU o Canada.
Honduras es un país de profundas bellezas y, al mismo tiempo, de conmocionantes contradicciones. Durante siglos, la belleza de los paisajes naturales ha cautivado a los viajeros de todo el mundo. La calidez, la buena disposición y la mano siempre presta de sus habitantes tienen la habilidad de construir un hogar en los lugares menos esperados.
Con todo esto, el fenómeno de la migración masiva es cada vez más frecuente. En Honduras solemos decir que no hay nadie que no sea huérfano. Todos tenemos un familiar, o varios, en algún sitio extranjero que no conocemos y al cual nuestra imaginación no alcanza. Todos estamos marcados, de alguna manera, por la herida de la migración. Yo no soy diferente. Cuando era niño, mi familia y yo vivíamos en una pequeña casa en conjunto con mi tía. Mi madre y mi tía eran las mejores amigas y recuerdo verlas hablar y reír con esa secreta complicidad en la que ninguna palabra es necesaria. Ella era una segunda madre para mí y mis hermanos. Poco tiempo después, ella partió hacia Estados Unidos en busca de mejores oportunidades, y no ha vuelto a Honduras desde entonces. Ella no me olvida y cuando hablamos por teléfono puedo sentir la ternura de su voz. Mi madre también la recuerda con frecuencia y cuenta historias de cuando estaban creciendo juntas en aquel pueblo junto al mar. A menudo se dice que recordar es como sumergir las manos en el tiempo, y esto es cierto no solo para mí, sino para muchos hondureños que como yo extrañan a alguien que está lejos.
La migración en Honduras ha sido un tema relevante en la administración pública durante estos últimos años. Honduras es un país del que salen muchas personas todos los días buscando mejorar sus condiciones de vida, siendo empujados a hacerlo por la precariedad económica, la inestabilidad política y la desigualdad de oportunidades. La gran mayoría parte rumbo a Estados Unidos, México y España. El viaje es duro y peligroso. En los años recientes, debido a las presiones internacionales, las políticas migratorias para salir del país se han endurecido enormemente, llegando incluso a utilizarse a la policía nacional para bloquear y reprimir con gas lacrimógeno a los migrantes.
Sin embargo, esto no ha detenido el flujo migratorio. Ahora más que nunca las personas se organizan para emprender el viaje en populosas caravanas migrantes. Las personas toman lo poco que tienen, toman a sus hijos de la mano, a sus esposas o esposos, y parten hacia lo incierto. Saben que es peligroso, saben que es una apuesta, pero lo prefieren a la certeza de una vida siendo marginados y sin oportunidades en Honduras. Las imágenes en los noticieros locales muestran a padres cargando a sus hijos en hombros para cruzar el río Chamelecón, al noroeste del país, sin más equipaje que una mochila. Esto no sólo es indignante porque contradice el derecho universal de la dignidad del ser humano y el derecho universal reconocido a la migración; no sólo se siente como un nudo en la garganta por la violencia feroz con que pasadas administraciones han intentado reducir el flujo migratorio por presiones extranjeras, sino también porque la falta de una política migratoria definida contribuye a precarizar y vulnerabilizar a la parte más marginada del país, justamente cuando debería protegerlos más.
La ausencia de una política de protección al migrante ha contribuido a la estigmatización y racialización de los viajeros. Los discursos oficiales no han enfrentado hasta ahora la necesaria tarea de crear los mecanismos apropiados y basados en derechos humanos para tratar con el fenómeno de las caravanas migrantes. Con frecuencia se usa la condición económica precaria de los migrantes como un estigma, pues esa es la única razón por las cuál los consideran indeseables. La pobreza simplemente se ve mal, simplemente es inaceptable y hay que huir de ella, marginarla y estigmatizarla. Los comentarios racistas e insensibles se reproducen con frecuencia en los medios de comunicación de todo el país.
Todo esto me hace pensar que un verdadero cambio en la política migratoria de mi país es necesario. Necesitamos y merecemos una política que proteja al migrante, no que lo precarice más; una que sea empática, basada en Derechos Humanos, y lo suficientemente valiente para no ceder y ponerse de pie indignada ante las presiones extranjeras por reprimir a nuestros migrantes. Hace apenas unos días se anunció en los noticieros locales la partida de una nueva caravana migrante. Yo los veo desde mi habitación, los veo cruzar ríos, desiertos, corrupciones, trampas y delincuencia en su camino por lograr una mejor vida para ellos y sus hijos. Los veo y en mi corazón me digo que tienen toda la razón del mundo. Los mares todos deberían abrirse a su paso, las gentes todas deberían ver con infinito respeto su búsqueda porque todos marchamos con ellos.
Leyenda foto: Movimiento Migrante Mesoamericano (2022), Rubén Figueroa